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Escrita por: “Irene
Naridza”
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Hoy no quería levantarme de la cama, me siento muy cansado y
no tenía muchas ganas de hacer nada. Mamá vino a revisarme más temprano y dijo
que estaba bien. Me golpeó con la almohada y dijo que dejara de holgazanear. Pero
seguí en la cama por un rato más hasta que me dio hambre. Mamá solo me lleva la
comida a la cama cuando estoy gravemente enfermo.
Mientras comía un pan con juego de naranja, mamá propuso que
debíamos ir a comprar un par de cosas para el año escolar. Ya han pasado unas
cuantas semanas desde que inició el nuevo año escolar. No he necesitado nada
nuevo pues aún me sobraban cosas del año pasado. No he necesitado cuadernos
nuevos pues ahora los maestros nos manejan con hojas sueltas. Es porque es más
fácil de llevar para calificar.
Tenía un cuaderno donde tomaba notas, pero ese sí ya está
por terminarse. Mis esferos han servido por mucho tiempo. He tenido suerte de
evitar que me los roben. Pero ya tiene poca tinta. Mi lápiz mide como 4
centímetros, pero sigue siendo útil. Mi borrador era grande, ahora es del
tamaño de una semilla de girasol.
Mamá dijo que le gustaría ir conmigo a comprar las cosas que
necesito, pero que estaría ocupada organizando unos documentos de su trabajo. Es
un fastidio que a veces la llamen los sábados, pero son las cosas que debe
asumir en su nuevo y mejor pagado trabajo.
Luego se puso a desvariar y a sugerir que debería hacerme un
mejor peinado, que debería comprarme ropa bonita y esas cosas que tengo el
presentimiento, deben acoplarse a esa versión de ‘Nadia’ que quiere que sea. No
sé si contrariarla en eso, desde que esto inició se la ve más animada y eso me
gusta, pero quisiera tener más espacio para ‘Nathan’
Me dio dinero y me dijo que fuese a comprar lo que
necesitara al centro comercial. Hoy no quería salir como Nadia pese a todo,
pensé que estaría bien si salía como chico. Además, solo puedo salir como chica
cuando mamá saca el auto desde la cochera. Si de repente saliera por esa puerta
y fuese a tomar el autobús luciendo como Nadia, ojalá me tragara la tierra
antes que esos idiotas empezasen a acosarme.
Me puse un terno calentador negro. Es como esa ropa
deportiva que algunos usan para correr, pero no es para correr, esta es más
usual. Me recogí mi cabello largo en una coleta la cual pasé por el agujero de
la gorra que me puse. No tengo billetera, solo esa cartera que mamá me dio.
Llevar el dinero, las llaves de casa, mi teléfono y mis identificaciones sueltos
en el bolsillo resultó más incómodo de lo que pensaba.

Les dije que pararan y me arrojaron la pelota, mi gorra se
hubiera caído al suelo húmedo si no fuera porque se sostuvo por mi coleta de
caballo. La gente en este barrio no es muy simpática. Sin embargo, mamá dice
que es un lugar encantador. Eso es mentira, la gente de aquí suele ser gruñona,
les molesta hasta que les saludes por la mañana.
Creo que mamá dice eso porque pasó su infancia en un barrio
bajo o zona roja, o como sea que se les diga a esos lugares donde lo más común
es ver pandilleros robando y vendiendo polvos raros. Siempre que me quejo, ella
comienza a contar cómo era ese lugar.
El Barrio 10 de octubre – sí, tenía una fecha como nombre – fue donde creció. Las casas eran muy baratas y la renta también. Solo que era un nido de todo tipo de gente de baja calaña. Se les debía pagar a los pandilleros para que no entrasen a robar en tu casa o en media calle. Mucha gente de fuera venía solo a comprar esas cosas raras, a muchos los asaltaban antes de llegar. Según mamá todos los días se escuchaban disparos al punto que se volvió normal.
Mi abuela, que en paz descanse, crió sola a mamá en ese
lugar. Mamá si conoció a su padre, solo que un día ya no volvió a la casa.
Recibían cartas diciendo que era porque les debía dinero a las pandillas, luego
descubrieron que se había fugado con una mujer más joven a formar otra familia
que probablemente también abandonó, o al menos mamá quiere creer eso.
Al ser mujer, a mamá la acosaban de muchas formas. A ella la
intentaban manosear cuando intentaba esperar el bus. Es algo muy horrible, hace
ver a un pelotazo a la cabeza como algo amable.
Mi autobús ya había llegado. Me subí, pagué y fui directo a
los asientos de en medio. El mejor lugar para ir en tranquilidad. Veo las
calles del barrio desaparecer para transformarse en el terreno lleno de árboles
y maleza de la periferia. ¿en qué estaba? Oh sí. En ese barrio horrible.
Intentar hacer algo contra los pandilleros era inútil pues al final vivía allí.
Los pandilleros podrían tomar represalias contra cualquiera.
Mamá se emociona mucho cuando me cuenta de la vez que los
pandilleros fastidiaron a los sujetos equivocados. Ese día notó que hubo más
disparos de lo normal y humo. Los servicios de emergencia siempre tardaban en
llegar por las distancias. Cuando llegaron los policías solo encontraron cuerpos
y el edificio de los pandilleros carbonizándose.
Mi abuela y otros vecinos entraron al edificio. No para
salvar a nadie si no a ver qué podían encontrar de valor. Ella encontró un
tarro de cacao lleno de billetes y joyas. Lo tomó y se fue. Aunque comprometió
de forma terminal sus pulmones por los químicos quemándose, con eso lograron comprar
la casa de aquí que luego mamá heredó.
Si mal no recuerdo, las pandillas molestaron a miembros del
cartel que había en ese entonces. Esos sujetos están a otro nivel en todo, en
poder, dinero incluso en crueldad. Cuando los pandilleros ya no estaban, el
cartel tomó la 10 de octubre. De allí la urgencia de mi abuela de irse en
cuanto antes.
Luego llegó esa época de la guerra contra el narcotráfico.
Mamá dice que fue bastante serio. No le gusta hablar mucho de esa época del
país. Se dice que hubo mucha violencia en todos lados. Sin embargo, al final el
gobierno logró controlarlo.
10 de octubre de 1812; según la clase de historia, fue la
fecha donde se empezaron a hacer grandes tratados de comercio entre Maglavir y
el resto del mundo. Y el barrio terminó abandonado por la violencia con las
casas costando lo mismo que un auto usado, pero sin nadie queriendo comprarlas.
A mediados de los 90s el gobierno compró las propiedades y reformó el lugar,
pero de forma leve. Luego llegaron extranjeros quienes de verdad hicieron un
cambio.
Llego a mi parada. El barrio 10 de octubre. Las historias de
mamá parecen muy lejanas. Aquí hay paradas de bus limpias y en buen estado. La
policía patrulla el lugar, la gente pasea sus perros con tranquilidad y hay
árboles en jardineras de las aceras. Las casas se ven bonitas y lo que más
resalta aquí; el centro comercial. Es grande, tiene tiendas de todo.
Paso por el lugar donde mamá dice que estaba el bloque de
departamentos donde ella vivía cuando tenía mi edad. Ahora hay un parque bonito.
Me pregunto; ¿cómo movieron algo tan masivo como un edificio para hacer un
parque? Seguramente algún incendio posterior tuvo que haber ayudado.
No vengo aquí a vender chocolate caliente, es una zona libre
de vendedores. Con el fin de que no se vuelvan a las viejas mañas se terminó
prohibiendo la venta ambulante. Eso porque algunos aprovechaban para vender
sustancias raras con la fachada de vender comida.
Por fin llego al centro comercial. El bullicio de música pop y murmullos es lo primero que escucho. Es del tamaño de toda una manzana y tiene otra justo al lado solo para estacionamientos. Ahora están construyendo otro nivel, pues los fines de semana se llena bastante y es imposible encontrar algún lugar. Mamá suele mandarme a apartar lugar haciendo que me pare en un puesto para evitar que otro se estacione.
Aquí dentro hay 4 pisos de tiendas, restaurantes y hasta un
cine. A propósito, nunca he visto que un cine tenga establecimiento propio.
Todos están en algún centro comercial. En películas he visto que en USA sí los
tienen. Acá lo hacen para generar centros de comercio popular.
Al entrar noto la calefacción. Es tan agradable que puedo
abrir la chamarra del calentador. Solo allí noto que vine con una blusa rosada.
Me sonrojo por un momento hasta que recuerdo que con suerte nadie me notará. En
verdad espero que nadie note que soy un chico.
“Nadia, gusto en verte.” Como una especie de confirmación del destino o lo
que sea que mueva los hilos en mi vida. Un par de chicas me vieron de lejos y
en lugar de ver a un chico con coleta y blusa rosada, vieron a una chica. Más
específicamente, a Nadia. Son Olga y Jenifer.
“Ho…hola chicas.” Digo en voz baja. “Me
asombra verte aquí. Normalmente prefieres esconderte en casa.” Dice
Olga. No permito que me
vean fuera de las clases de ballet. No les he dicho en donde vivo, pero sí que
prefiero quedarme en casa. Aunque si lo pienso, eso no es tanto una mentira.
“¿Qué te saco de tu guarida
en un lindo día sábado?” dice Jenifer. Ella lleva una sudadera
blanca, falda roja, mallas negras y tenis blancos. Olga lleva casi lo mismo,
solo que en vez de usar falda lleva shorts morados, sudadera azul con estrellas
y botines azules. Tan femeninas como siempre, muy lejos de cómo voy yo.
“Tenía que comprar unas cosas para la escuela. Pero mi madre no ha podido acompañarme.” Digo mirando al suelo. “Por favor, Nadia. Tenemos 13, podemos hacer eso solas.” Dice Jenifer mientras toma mi mano y empieza a llevarme con ellas. Así sin más palabras terminé uniéndome al grupo.
“Mi madre estaba ocupada
organizando las clases de la próxima semana. Nos confió en que compráramos lo
que necesitáramos y pasáramos un buen rato aquí.” Dijo Olga. “¿Sigues viviendo en casa de tu tía, Jenifer?” Intento caminar a su ritmo para que no me
arrastre.
Ella ríe nerviosamente. “Bueno,
eso es algo complicado, pero resumámoslo en que sí.” Dice mientras gira sus ojos hacia un costado. “Sus padres están en un viaje de negocios y no tenían a
nadie más con quien dejarla.” Dijo Olga. “Nos
la hemos estado pasando bien todas juntas en casa.” Agrega ella.
Cuando me doy cuenta, hemos llegado a la primera tienda. Es
como cualquier local de papelería junto a una escuela. Solo que más grande, con
música agradable y aromatizante en el aire. Vamos directo a los cuadernos con
diseño para chicas. A Olga le fascina el que tiene una ballerina en la portada,
Jenifer también sonríe al verlo.
No soy de fijarme mucho en esos detalles, con algo como una
pelota o la imagen de una pizarra con garabatos simples me basta. Pero ahora si
quiero mantener esta fachada me veo obligado a tomar algo de esta sección.
Titubeo un poco, pero tomo un cuaderno. Es de 100 hojas a
cuadros y tiene un oso de felpa sonriente y corazones en la portada. Si no
fuera por los corazones dibujados con tinta rosa diría que es unisex,
claramente no es el caso. “Se ve muy bonito.” Dice
Jenifer. “En casa tengo un peluche igual a ese.” Dice Olga y empezamos a caminar a otra sección.
Ellas toman más cosas como carpetas de colores y hojas con
bordes decorados con mariposas. Pude evitar comprarlas diciéndoles que ya tenía
eso. Incluso para las chicas en mi colegio, tener algo así es visto como algo
tonto, de bebés. Supongo que en el colegio donde van el ambiente es menos
hostil.
Esto se confirmó cuando en lugar de esferos normales, ellas
tomaron los decorados con temática de listones, corazones y hasta frases cortas
como ‘Eres Super’. Mi lápiz también era tematizado. Tenía imágenes de
superhéroe, pero por las burlas de mis compañeros – y en ese entonces amigos
– terminé por quitarle la cubierta de plástico. Ahora me arrepiento de eso.
No tienen nada con temática de Super Bolívar, por lo visto
es tan popular que todo lo suyo se agota en cuestión de horas. Que mala suerte.
No es hasta que salimos que me di cuenta de que me faltó comprar un borrador. Estaba
por volver cuando Olga puso su mano en mi hombro y me dio uno de los suyos. “Compré muchos. Puedes quedártelo.” Dijo al darme uno con forma de unicornio. “Gracias…” digo intentando ocultar la
vergüenza.
Cuando me di cuenta, estábamos en frente a una peluquería. Ya tenía planeado recortarme un poco el cabello. Es increíble lo mucho que creció con ese champú especial que me dio mamá. Está más allá de mis hombros. Ella lo compró con una de sus amigas que vende cosméticos por catálogo.
No tengo mucho reparo en entrar, pese a mi edad, no me gusta
ir a las barberías. Siempre que paso por fuera de una, dentro no hay más que
gente malhumorada, olor a cigarrillo y música rap con letras horribles. Las peluquerías
son un espacio más acogedor. Esta no es la excepción, si no la potencia.
Las paredes son blancas, las imágenes de peinados para damas
están por todas las paredes. El olor de las secadoras no es tan fuerte como en otras,
si no el aromatizante de vainilla. La zona de espera era un sofá rojo con
botones dorados. Hay varias revistas de moda, chismes y peinados en las mesitas
a los costados.
Les comenté a las chicas que quería un recorte simple, pero insistieron
en que debía probar algo nuevo, incluso ofreciendo pagar por ello. En verdad
quería negarme, pero Olga puso sus manos en mis hombros e hizo que me sentara
en un sillón extraño en cuanto se desocupó. Era de cuero negro, acolchado y tenía
una especie de lavador junto a la cabecera.
Olga le murmuró algo a la peluquera y ella asintió. Se me
acercó para ponerme el delantal usual y llenar con agua el lavador. “Deshazte la cola de caballo y ponte cómoda.” Dice
mientras sacaba unas botellas del gabinete del sillón. Lo hago justo a tiempo. Ella
empezó a lavar mi cabello. Fue bastante agradable, el agua tibia, el masaje con
champú de buen olor.
Me puse demasiado cómodo, mis párpados se sintieron un poco
pesados. Los forzaba abrirse cuando notaba que se cerraban por mucho tiempo. Por
aburrimiento, intentó ver a mi lado izquierdo. Allí estaba Olga en un sillón
similar con el mismo tratamiento. “Por favor,
queda quiera.” Me pide la chica en
tono amigable, por lo que corrijo mi postura.
Sin poder moverme mucho y con esto tomando un poco más de
tiempo del que esperaba, dejé que mis ojos se cerraran. Me di cuenta de que me
había dormido cuando abrí mis ojos y estaba en la silla de estilista. El sonido
de la secadora y el olor a plancha de cabello fue lo que me trajo de vuelta. La
peluquera se movió y pude ver mi reflejo en el amplio espejo con marco dorado.
Casi me infarto al ver que me habían ondulado el cabello. “Tranquila, casi acabo.” Dijo la chica que me atendía. “Fue bastante fácil trabajar con tu cabello mientras dormías.” Agregó. “Es un permanente.” Olga comentó de forma repentina, haciendo que me sobresaltara. No la vi acercarse.
Ella ya tenía uno igual con su cabello que le llegaba hasta
media espalda. “No es permanente realmente, pero
así te va a durar más tiempo.” La sonrisa en su rostro y en el de
Jenifer casi me hacen olvidar lo difícil que será explicar esto en la escuela.
Mamá seguramente lloraría de ternura. Pero en el colegio seguramente me dirán
cosas como ‘Ricitos de Cobre’ o algo así.
A la peluquera no le toma más tiempo terminar. “Estás lista.” Es
lo que dice mientras me quita el delantal. “Muchas
gracias. Me quedó genial.” Es lo
que les digo. No puedo dejar de tocar mi cabello, antes se sentía como…cabello.
Ahora se siente más esponjoso y suave.
Lo que sí me sorprende es el precio; 800 maygels (20
dólares) no sé porque tenía la sensación de que sería mucho más costoso, pero
sigue siendo costoso. Normalmente no pago más de 200 maygels (5 dólares) por un
corte normal. Comprendo por qué, los cortes y peinados femeninos son más
complicados que los de varón. Ahora que me doy cuenta, esos son un poco simples…y
aburridos.
Como prometió, Olga pagó por las dos. Jenifer solo se lo
recortó un poco. Luce casi igual que antes. Me dijeron que no me pusiera la
gorra por un tiempo para no arruinar el peinado, la puse en la bolsa de lo que había
comprado en la papelería. Entonces, no puedo dejar de tocar mi nuevo cabello.
Estaba tan distraído viendo mi peinado en los reflejos de las vitrinas de las tiendas que no me di cuenta hacía donde íbamos. Cuando vi que las chicas se detenían noté que estábamos frente a una tienda de helados. Como no usé el dinero para un corte de cabello estándar, lo usé para invitarlas a ellas a unos helados de cono. Es mi forma de agradecérselos por el peinado. Siendo sincero, es muy lindo verlo, aún más tenerlo.
Este local llamado ‘Heaven Cream’ tiene de todo. Desde una
gran variedad de sabores, una ambientación como la de cafeterías antiguas hasta
camareras que se mueven en patines trayendo los pedidos. Lo mejor es que son
conos baratos. Por eso siempre hay clientes. Nos sentamos en las mesas que son
un poco altas. Olga pidió mora, Jenifer de fresa y yo uno de chicle.
Algo que he notado ahora es que las chicas suelen cruzar sus piernas colocando la derecha sobre la izquierda. He visto a otros hombres cruzar las piernas también. Incluso yo empecé a hacerlo para mezclarme más, hasta que noté que al igual que otros hombres, lo hacía casi inconscientemente usando la izquierda sobre la derecha. Ahora intento corregirlo, es un recordatorio mental que siempre aparece al sentarme.
Allí empezaron a hablar sobre las clases de ballet, sobre
como estábamos cerca al momento de practicar para el recital navideño y que
para ello Madame Melody elegirá a las participantes que estarán bajo los
reflectores Eso es tanto algo fascinante como algo aterrador.
Ya de por si estar vestido de niña junto a una docena de
chicas que practican ballet todas las tardes los martes y jueves es algo que me
acelera el pulso, la idea de hacerlo con un público de cientos es aún peor. O
al menos lo era. Ya no tengo tantos nervios de que descubran que soy un chico.
Luzco y sueno como una niña. Podría fácilmente ir al recital y nadie pensaría
por un segundo que a quien ven es un chico disfrazado.
Es algo más extraño, no puedo describirlo. Creo que es
porque sería comprometerme demasiado. Tal vez mamá se sienta satisfecha con Nadia
después del recital y me deje volver a ser Nathan normalmente, tal vez no, pero
no es el problema. Los demás probablemente se pregunten; ¿Qué pasó con la chica
que iba a clases de ballet y hasta salió en el recital?
Me quedé viendo a Olga y Jenifer. Ellas comen alegremente sus helados de cono, dando muchas cosas por sentado y sin ninguna otra cosa por la cual preocuparse. En cambio, yo… no sé qué pasará después de las clases de ballet. Antes solo quería olvidarlo y dejarlo de lado, ahora creo que no solo no podré olvidarlo, las demás tampoco.
Suspiro y me quedo viendo a la nada, mucho que procesar. De
repente siento una cosa fría bajar por mi pecho. Al mirar hacia abajo veo que
la bola de mi helado se me ha caído encima por no sujetarlo bien. “No puede ser.”
Se siente más frío de lo que sabe.
Jenifer deja su helado en la porta conos que hay en el
centro de la mesa y se acerca rápidamente con servilletas para tratar de
limpiarme, pero solo lo embarra más. “Sería
mejor si quitas el helado primero.” Regaña Olga mientras toma más
servilletas y me lo retira, pero ya es tarde. Más de la mitad se ha derretido y
ha empezado a filtrarse a mis pantalones. Lo peor es que como tenía la chamarra
abierta, la blusa rosada se ha manchado bastante. Debe ser por el colorante porque
hasta en el terno calentador – que es de color negro – sobresale el
azul.
“Se siente pegajoso.” Digo con incomodidad mientras retiro lo que queda
de helado de la blusa. “Se sentirá peor en el
frío de afuera.” Dice Olga
preocupada. “No importa. Estaré bien.” Tiro las servilletas manchadas al bote de la
basura. “Mala forma de terminar un helado.” Intento cerrarme la chamarra, pero se siente aún
peor.
Olga y Jennifer me dan una parte de sus helados, formando
una bola pequeña que se hunde en mi cono que aún estaba intacto. “Muchas gracias, chicas.” Sonrío levemente. Aún
con incomodidad, termino mi nuevo e improvisado helado mientras me sugieren que
esté más atenta esta vez. “Por suerte no te cayó
en el cabello.” Comenta Jenifer. “Ni que lo digas.” Suspiró con cierto alivio. Ellas
siguen hablando de ballet, pero yo no estoy con mucho entusiasmo.
Al pagar, saco uno de los billetes de mi bolsillo, dándome cuenta
de que el colorante se había filtrado un poco hasta allí. Afortunadamente la
cajera lo deja pasar. Son 240 maygels (6 dólares) por los tres helados.
“Tal vez una muda de ropa
sería lo mejor.” Dice Jenifer
cuando salimos al amplio pasillo. “Lo dudo, no
tengo más ropa y tampoco mucho dinero.” Respondo, intentando buscar
una forma para ya despedirme. “Ya sé.” Dice Olga. “Aquí
hay una tienda de ropa de segunda mano. Tiene ropa muy buena y bonita a bajo
precio.” Señala con
su pulgar hacia las gradas eléctricas. “Es perfecta, si no te molesta usar lo de alguien más, claro.” Dice
mientras le da un codazo a Jenifer, lo que hace que se sonroje.
La verdad es que no quería, pero cuando me doy cuenta ya me están arrastrando de la muñeca hasta allí. Incluso me ayudaron a no tropezar al subir a las gradas. Bueno, ya necesitaba un poco de ropa nueva de todas formas.
No nos tomó mucho hasta que llegamos. Es como una tienda de
ropa normal. Solo con más pilas de ropa organizadas por montones y con
etiquetas de precio muy bajas. Fue por eso que me convencieron. La ropa buena,
bonita y barata siempre es bienvenida.
“Este lugar debe ser nuevo.
No estaba la última vez que vine.” Digo mientras caminamos por los
pasillos, hay mucha gente por aquí rebuscando entre los cajones llenos de ropa.
“Si mal no estoy. Aquí había una boutique de
ropa de marca.” Es verdad. Lo
recuerdo. Mamá y yo sólo podíamos mirar desde las vitrinas de fuera, casi me
desmayé una vez por ver su sueldo en la etiqueta de precio en un solo conjunto
simple.
“Ese negocio quebró, pero son
los mismos dueños.” Dice Jenifer.
Me doy cuenta de la señora que pasa junto a nosotras con un carrito de ropa que
deja en otras cajas. Lleva ropa sencilla, una camisa y unos jeans. Eso está alejado
del traje con tacones que usaba antes. Pasar del estilo fino a uno simple no es
una mejora, pero al menos aún tiene un negocio.
Intento encontrar un atuendo simple. Un pantalón y una
sudadera. Incluso con diseño femenino me bastaría. Pero nuevamente Olga y
Jenifer parecen tener otros planes. “Nadia, mira
esto.” Exclama Olga al encontrar una sudadera celeste con blanco. No
está nada mal. El precio es tentador. Solo 200 maygels (5 dólares)
Me pongo a buscar algo más, esta vez algo más masculino.
Unos pantalones de mezclilla son lo primero que veo, pero otro chico los toma
frente a mí y se los lleva. No le di mucha importancia, pues estaban en una
caja llena de pantalones. Pero mientras buscaba otro par, me di cuenta de que
todo era una o dos tallas más grandes o más pequeñas que yo.
“Nadia, mira esto.” Jenifer me llama desde el otro lado del pasillo. Puedo
ver que sostiene un par de mallas grises de algodón y una falda larga blanca.
Mientras pienso en una excusa para decir que no, ella viene corriendo hacia mí
con la ropa ondeando en el aire. Me sorprende lo baratas que son, solo son 240
maygels (6 dólares) por las dos.
Paso mi mano sobre ellas por curiosidad; son suaves, están
limpias, no huelen mal. Ninguna prenda trae etiqueta de marca y tienen leves
signos de desgaste en la pintura de las cremalleras y botones. Aun así, es una
ganga por su precio.
“Gracias, Jenni, pero creo
que iré por otro estilo.” Digo al
buscar en otra caja y finalmente encontrar unos pantalones de mi talla. “¿No se ven un poco masculinos?” Jenifer está un tanto extrañada. “Puedo modificarlos luego si no me gusta como son ahora.” Me excuso. “Oh,
mamá es buena en eso. Siempre que puede, nos enseña a Jenifer y a mí a transformar
prendas para darles una segunda vida.” dice Olga con emoción.
Asiento en silencio y voy al probador a cambiarme, pues la
sensación del helado ya comienza a incomodarme demasiado. Los cubículos están
al fondo de la tienda, son un poco pequeños, como el espacio de dos escritorios
escolares y el alto de una puerta. Tiene un espejo grande al fondo y una puerta
con seguro sencillo.
Es allí que me doy cuenta de un detalle terrible. Veo la
etiqueta de precio de los pantalones. Cuestan 600 maygels (15 dólares) y eso se
sale de mi presupuesto. Eso es malo. Saco mi cabeza del probador, intentando
preguntarles a las chicas si podrían prestarme un poco de dinero para los
pantalones. Encuentro a Olga tomando cada prenda que encuentra en las
estanterías y mostrándoselas a Jenifer, asegurándole que le quedarían geniales.
“¿Necesitas algo?” pregunta Olga. Su prima también se revira. Lleva
algunas prendas en el brazo, como si ya las hubiera apartado. La idea de
pedirles dinero se va al trastero. Ellas también lucen emocionadas por
comprarse ropa y si les pido dinero tal vez no puedan llevarse algo que
quieran.
“Es que…” titubeo. “¿Podrían
dejarme ver la falda y las mallas de nuevo?” escupo finalmente, por
suerte me salió como una sugerencia y no una súplica. Ambas no pueden sonreír
más. Y bueno, así es como estoy aquí de nuevo, sosteniendo un conjunto femenino
del cual no tengo otra opción que usar.
Las mallas son gruesas, adecuadas para el frío. La tela de
la falda también lo es. No es mezclilla, es similar a la textura de la tela del
uniforme escolar, pero aún más gruesa. La falda me llega más abajo de las
rodillas, las mallas grises se notan, la sudadera rosa con blanco cae debajo de
la cintura, cubriendo el cierre y los botones traseros de la falda, también una
hebilla falsa que hay en el frente. Es un doble círculo, tal vez es el logo de
la marca.
No voy a mentir, me veo genial pese a que las mallas grises
desentonan un poco. Tal vez buscar unas de otro color sean lo ideal, pero ya
tengo mallas blancas y negras en casa. ¿Para qué quiero otro par del mismo
color cuando puedo tener variedad?… espera… ¿Por qué quiero tener variedad de
mallas? Estos nuevos pensamientos son un poco extraños.
Salgo del probador, Jenifer también lo hace, lleva un
vestido de mezclilla rosa. Olga solo lleva una bufanda y un sombrero. “Te ves muy bonita, Nadia.” Dice Jenifer mirándome de pies a cabeza. Me sonrojo
un poco. “Gracias… tú también te ves bonita.” Le devuelvo el cumplido, todavía no sé cómo
responder a estas cosas adecuadamente.
La falda tiene bolsillos con solapa. El botón que lo bloquea
tiene centro perlado y circunferencia adornada con cristales. Puedo meter mis
manos hasta el dorso. Paso todas mis cosas de los pantalones a estos bolsillos,
se llenan rápido. Por fortuna la sudadera también tiene bolsillos. Son más
amplios, no tendré que llevar mi teléfono en la mano. Ahora que me doy cuenta; Olga
y Jenifer han estado llevando sus teléfonos en la mano. Vaya, otro detalle del
mundo femenino.
“Oye… ¿no tienes cartera?” Jenifer me mira con curiosidad. “Tengo un bolso, pero no lo traje.” Contesto mientras cierro la solapa de los bolsillos.
“Aquí hay carteras bonitas y super baratas.” Olga señala un rincón de la tienda. “No lo sé. No creo que lo necesite y me queda muy poco
presupuesto.” Contesto mientras toco el bolsillo donde puse el
dinero. “No hace daño dar un vistazo por si quieres
volver después.” Lo pienso por
unos segundos. “Incluso la puedes llevar dentro
de tu bolso para una mejor organización.” Olga finalmente me
convence.
Vamos juntas hasta esa esquina. Hay un montón de billeteras,
carteras y hasta bolsos formados en filas sobre unas mesas. Tenía razón, son
muy baratas. Las carteras están desde 100 maygels (2.50 dólares) hasta 280 maygels
(7 dólares) Los bolsos son más costosos. El más barato es de 400 maygels (10
dólares) hasta 1000 maygels (25 dólares)
“Algunas son réplicas, pero otras
sí son de calidad.” Olga me muestra
dos carteras. Una de un celeste descolorido, con las esquinas blancas. Se ve magullada.
En la otra mano hay otra, también celeste, pero esta brilla más. Tiene diseño
de rombos y se ve en buen estado. La tomo con cuidado para examinarla. Tiene el
mismo logo de mi nueva falda… vaya… es raro que trate la ropa femenina de ‘mía’.
Como sea. Tiene un monedero integrado, una sección para billetes y varias
ranuras para tarjetas. Los bordes de las ranuras están cubiertos por tela
blanca. El metal del pestillo del monedero y el logo también son de color
blanco.
“Creo que me llevaré esta.” Tomó la cartera de la derecha. Está a solo 140 maygels
(3.50 dólares) me queda justo lo suficiente para pagar el autobús de regreso a
casa. Vale la pena. El celeste es casi azul, un color de niño. El diseño es
femenino, pero seguramente los idiotas de mis compañeros no lo notarán.
Las tres vamos a la caja y pagamos por nuestra nueva ropa.
La cajera nos da fundas de plástico simples donde ponemos la ropa vieja. “Como se nota el cambio de directiva.” Noto que las fundas ni siquiera tienen el logo de
la tienda, son solo fundas blancas.
Vamos a los casilleros donde dejamos las fundas de nuestras otras
compras. Allí vacié mis bolsillos y coloqué todo en mi nueva cartera. Todo cupo
sin problemas y ahora se siente más pesada. Es casi satisfactorio ver la
exactitud con la que cabe en el bolsillo de mi nueva falda.
Las chicas me sonríen como si dijeran “Bien hecho.” Yo también esbozo una pequeña sonrisa.
Ya estoy acostumbrado en ir y venir con el traje de ballet
en público. Pero es porque suele ir debajo de ropa común. Ahora estoy usando
una falda y mallas en público – por no hablar de mi nuevo peinado bonito y femenino
que me durará por un tiempo – no puedo evitar que mi corazón se acelere un
poco.
Levanto la mirada del suelo, frente a mi pasan muchas
personas. Solitarias o en grupos, se ríen y conversan entre ellas. Se reviran
solo para verme directo a los ojos, eso me paraliza, aunque sé que es para ver
por donde caminan y no tropezar conmigo. Hay mucha gente aquí, pero
definitivamente, ninguna está viendo a Nathan, sino a Nadia.
“Vamos, no te quedes atrás.” Jenifer vuelve a tomarme de la muñeca, guiándome entre
la multitud. Olga compra una cubeta de canguil con salchichas picadas en un
puesto del patio de comidas y nos sentamos a disfrutar. “Siempre es bueno algo salado después de algo dulce.” Dice ella. “Y
viceversa.” Agrega Jenifer. Yo solo asiento y empiezo a picar junto
a ellas.
“Oye Nadia, si sales elegida
para el recital. Le callarías la boca a Lizbeth.” Dice Jenifer antes de tomar un puñado de canguil.
“¿Por qué?” pregunto sin entrar del
todo a la conversación. “Ella ha estado hablando
mal de ti.” Dice aún con la boca
llena. Por un momento que quedo totalmente inmóvil, demasiado. Estoy estático
como un maniquí por unos segundos, lo suficiente como para que ellas lo noten.
“¿Por qué ella haría eso?” estoy
esforzándome para no tartamudear. En verdad deseo que ella no se haya dado
cuenta de nada. “Creo que te tiene envidia.” Dice Olga. “Mamá te
suele felicitar por tu desempeño, mientras que a ella… ella es muy torpe.” agrega
antes de comer otro puñado de canguil con salchichas.
“Todas son muy hábiles.
Muchas más que yo. ¿Por qué se enfoca en mí y no en ustedes?” pienso en voz alta. Olga puede notar el vértigo
en mis palabras. “Algunas chicas son así. Creen
tener razones para meterse contigo cuando simplemente les caíste mal en el
momento y lugar equivocado.” Me explica con calma.
“Solo habla por hablar. No
puede hacer otra cosa en realidad.” Jenifer
se suma. “En caso de retarte a algo, seguramente
se tropieza antes de llegar a la pista.”
Ambas estallan entre risitas. Yo también me rio, pero de los nervios.
Sea como sea, no me agrada tener conflictos con una chica en
el ballet. Ya tengo suficiente con los idiotas de mi colegio como para tener
problemas en el lugar donde me estoy sintiendo más seguro. “¿Siempre habla a mis espaldas? ¿cómo lo saben?” Necesito saber más detalles de eso.
“Lo hace en nuestras
reuniones de después de clases. A esas a las que no vas porque te gusta correr
a casa.” Dice Jenifer, haciéndome
dar cuenta de todo. “Oh, esas reuniones.” Empiezo a recordarlas. Entre las chicas del
ballet suelen irse a comer al parque después de clases. Nunca me sumaba porque aún
moría de vergüenza de ser Nadia en público, pero ahora eso ya no es un
problema.
“Entonces solo se mete
conmigo porque es fácil hablar mal de mi si nunca estoy.” Concluyo, un poco aliviado. “Nosotras le decimos que cierre la boca, pero eso pareció
aumentar sus ganas por hablar mal de ti.” Me quedo sin palabras. “Eso
es muy considerado de su parte.” Estoy conmovido… ellas en verdad se
preocupan por mí. “Es lo que hacen las
amigas.” No puedo
evitar sonrojarme de nuevo.
Ahora estoy seguro. Ellas dos son mis mejores amigas... y Lizbeth…
ella es solo una típica acosadora escolar. Aun una molestia, pero no de la que
me aterra. “Que diga lo que quiera, no me
importa.” Eso les agradó a
Jenifer y Olga, incluso me aplaudieron. Charlamos un poco más, incluso después
de terminarnos el canguil con salchichas.
Seguimos charlando lo mucho que disfrutaríamos que Lizbeth
no llegase al recital mientras salimos del centro comercial. Luego ellas me
dieron un abrazo de despedida antes de que subieran a su autobús. “Nos vemos el martes.”
Exclama Jenifer. Agito mi mano mientras las veo alejarse, luego me
siento a esperar el mío mientras.
Cruzo mis piernas, la derecha sobre la izquierda. Doy una
risita claramente audible mientras juego con un mechón de mi nuevo cabello ondulado
y recuerdo todo lo que ha pasado este día. Este día en el centro comercial ha
sido completamente fascinante.
Veo que llega mi bus. La línea 12, es la que va desde el
centro comercial hasta mi barrio sin muchas demoras. Saco mi cartera nueva,
abro el monedero y pago los 15 maygels del pasaje (aproximadamente 38 centavos
de dólar) Me siento justo en el medio, donde puedo pasar más desapercibido. Como
apenas es medio día, el paisaje por la ventana aun es agradable. El bosque de
la periferia de la ciudad es muy bonito.
Antes de darme cuenta, estoy en mi vecindario. Por fortuna
estaba sin muchos mirones en la calle. Aun así, me escabullí por el sendero de
atrás de las casas. Mamá dice que antes la salida para autos estaba por aquí. Todos
los garajes tenían la puerta hacia el patio trasero, pero la gente los modificó
para sacarlos por enfrente y ahora es un sendero muy solitario.
Allí es cuando noto de nuevo el movimiento de la falda, ya
he usado otras, pero esta es más larga. Caminar con falda es toda una experiencia.
Puedes sentir su tintineo, el roce de la tela suave y el frío del calor de
forma diferente que con pantalones. Francamente se siente mejor.
Aprovecho que nadie mira para dar una vuelta sobre mi mismo.
La falda se arremolina con el aire. Es algo que se siente muy genial, entiendo por
qué a las chicas le gusta mucho hacerlo. Como ahora se mucho de ballet, puedo
dar giros perfectos sin marearme.
El candado en la puerta del jardín es grueso, rechinó mucho
al abrirse. Finalmente estoy en casa, siento un gran alivio invadiéndome. Camino
por el pequeño patio, la mayoría de los vecinos tienen los suyos como una
bodega de cosas viejas al aire libre. Nosotros no.
“Ya volví.” Grité al entrar para dejar en claro que quien
entraba no era un ladrón. “¿Por qué entras por el
patio trasero?” pregunta mamá
desde la sala. Mamá se asoma por el pasillo y me ve con mi nueva ropa y nuevo
peinado. Se queda estática por unos segundos, eso es extraño.
“Compré todo lo que
necesitaba.” Digo para romper el
silencio. Entonces ella chilla y corre para abrazarme. “Te vez hermosa.” Dice,
apretándome. Se ve muy emocionada. Tal vez demasiado. “Gracias…mamá.” Es
lo que respondo.
Ella corre hacia la sala y saca la cámara de uno de los
cajones del mueble de las fotos. Se lo que debo hacer. Ella me abraza por detrás
mientras el temporizador de la cámara se agota, el flash invade la sala. Hacemos
un par de poses mientras otros flashes se disparan. La felicidad de mamá ante
esto es lo que hace que valga la pena ser Nadia.
Continuará...
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