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Escrita por: “Irene Naridza”
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“Bien, Philips. Te vamos a dejar ir solo con una
advertencia esta vez.” Dijo la mujer mientras habría la celda del
calabozo. Salgo dando un brinco con mi corazón latiendo fuertemente. “Sígueme para
hacer un breve papeleo.” Ordena con voz firme. La sigo de cerca
mientras nos mantenemos junto a la derecha del pasillo.
Después de golpear sin querer el parabrisas del policía con
aquella lata, este no tardó en atraparme. Era bastante fuerte, me levantó
fácilmente y me arrojó en la parte trasera de la patrulla. Recuerdo que mi
corazón latía con tanta fuerza y me costaba respirar.
Los rumores que mamá me contaba resultaron ser ciertos. Los
calabozos de la comisaría son espantosos. Son oscuros, sucios, huelen a orina y
hay gente nada agradable. Al menos por mi atuendo pensaron que era una chica y
me pusieron en una celda femenina.
Allí había otras dos chicas muy desalineadas y que olían un
poco mal. Al irse la guardia comenzaron a decirme cosas fuera de lugar; “¿Me prestas tu
ropa?”, “¿Tienes cigarrillos?” yo solo me quedé junto a
las barras de la puerta cerrando mis ojos fuertemente.
Hubiera sido peor en una celda masculina, aun así, fue una
eternidad. Por un error ahora estaba en un lugar horrible y con gente de
desconocidas intenciones. Por fortuna la oficial volvió para sacarme. Pero
todavía me tiemblan mis manos y mis ojos me pican, siento que lagrimas quieren
formarse.
Viramos la esquina y puedo ver la salida del calabozo. Mientras
pasamos por la entrada del pasillo masculino, esos sujetos vuelven a silbarme.
Uno incluso dice algo que no logro distinguir mientras agita las barras. “Cierren la
boca, desgraciados.” Grita un guardia que rondaba por allí. En menos de
un parpadeo saca su tolete y golpea la reja del sujeto, haciendo que caiga de
espaldas y guarde silencio mientras sus compañeros de celda se ríen de él.
Me siento más seguro una vez salimos por la reja principal,
entrando a los pasillos comunes de la comisaría. Sigo a la oficial hasta una
habitación grande donde hay varias mesas, en un lado había policías llenando
papeles y al otro había sillas solitarias. Mamá estaba esperando en una. De
inmediato se levanta y me da un cálido abrazo, se siente demasiado bien.
Después de unos segundos nos soltamos y me dice que me
siente. El oficial, el mismo que me arrestó, nos miraba en silencio con esos inexpresivos
ojos verdes. “Eres muy joven, niña. Te sugiero que te mantengas fuera de futuros
problemas.” Dijo sin mover su cabeza o mirada de mí. No puedo
evitar tomar la mano de mi madre.
“Puede retirar sus cosas incautadas en el primer piso,
sección 3, ventanilla 2.” Explicó al extender un pedazo de papel
pequeño; tenía el nombre de mamá y un número. “Que tenga buen día.” Regresó
su atención a un formulario. “Gracias,
igualmente.” Dice mamá antes de
levantarse y llevarme junto a ella.
Mi corazón ya no latía tan fuerte como en las celdas pese a
que aún temo por mi secreto. Pero todos parecían muy ocupados en sus asuntos,
pasaban junto a nosotras sin vernos. No era su prioridad, eso me calmó un poco.
Llegamos a donde se nos indicó. Era como la ventanilla de
los bancos; un muro con una ventana nos separaba a nosotras de la encargada. “Buenos días, venimos
a retirar las cosas de Nadia Philips.” Mamá habló por los agujeros
que formaban un rombo mientras deslizaba el papel que nos dio el oficial por la
ranura inferior del grueso vidrio.
“¿Me permite su identificación?” Pide la
mujer, su voz se escucha un poco baja desde donde estoy. Mamá se la pasa y ella
la examina. “Bien. La identificación de la señorita, por favor.” Oh, no.
Esto va a ser vergonzoso. “Estaba entre las
cosas que le incautaron al detenerla.” Mamá
responde con calma.
“¿Puede decirme su número de identificación? Lo buscaré en
la base de datos.” La mujer enciende un monitor negro cercano. “¿Esto es necesario?” digo sin pensar. Mamá me
da un apretón fuerte a forma de regaño. “Es mero protocolo. Cuando no son
adultos, se registra los documentos del representante legal y el representado.” Responde
con calma la mujer.
“No hay problemas, es la
siguiente…” dice mamá, haciendo
que la mujer se prepare poniendo su mano sobre el teclado numérico. “14, 02, 20, 00, 28, 01, 40, 14” dicta lentamente mientras la mujer los anota en
el buscador de la base de datos.
Según el maestro de historia, cuando se implementó el
sistema de documentación de identidad en Maglavir, eran un montón de hojas que
no se podían llevar encima todo el tiempo. Como en ese entonces, la mayoría de
la población apenas había sido alfabetizada, les era muy difícil recordar los 16
números de su identificación.
Fue entonces como se creó el nuevo método de numeración. La
fecha de nacimiento, seguido del número de la provincia y ciudad donde se nació,
por último; 4 números escogidos aleatoriamente. Son 4 ya que ninguna ciudad
logra más de un centenar de nacimientos por día. Esto facilitó mucho las cosas,
ya que era información sencilla.
La mujer pica en la opción de buscar y la máquina comienza a
cargar una pequeña ventana. Solo espero que no me juzgue cuando descubra que me
llamo Nathan y soy un chico. Explicarle que me visto como una niña por la
felicidad de mamá sería complicado y vergonzoso.
La ventana por fin se carga. Me reconozco a mi yo, pero no
el de 8 años del día cuando saqué mi identificación. Es mi yo de hace solo un
mes, de cuando mi cabello caía en una melena gracias al champó de crecimiento.
Mi mandíbula cae cuando leo la parte donde debería estar mi
nombre. “Nadia Philips Oliven, Todo está correcto.” Dice la
mujer mientras anota el número de identificación en un formulario para luego
levantarse y caminar hasta las estanterías tras ella.
¿Cómo rayos mi nombre en la base de datos está registrado
como Nadia?, ¿CÓMO ES QUE TIENE UNA FOTO DE MÍ DONDE LUZCO COMO UNA NIÑA? Me
acerco un poco al vidrio de la ventanilla. El resto de mis datos están allí;
dirección, tipo de sangre, lugar de nacimiento, el solitario nombre de mi madre
en la sección de progenitores, incluso el ‘M’ de masculino en la categoría de
sexo. Al menos está entre la información que tiene un tamaño de letra más
pequeño.
La mujer vuelve y saca todo el contenido de una caja donde
estaban mis pertenencias. La mesa y silla plegable, el termo, mi gorro de
invierno, mi cartera y lo que esta contenía dentro de una funda plástica. “Aquí tiene.” Dice al
terminar de colocar todo en la bandeja corrediza que extiende a nuestro lado
del mostrador.
Mamá me ayuda con las cosas plegables. Abro mi cartera y
pongo la bolsa dentro, no tengo tiempo para abrirla y pasar todo. Subo la
correa a mi hombro, tomó mi gorro y el termo, dejando la bandeja vacía. La
mujer le desliza el formulario a mamá por la ranura del mostrador. “Su firma, por
favor.” El esfero rasga el papel rápidamente y finalmente podemos
irnos.
“Que tengan buen día.” Se despide y regresa su
atención a la computadora donde mi información aún se mostraba. Ella cerró todo
para abrir otra ventana con texto y números. “Igualmente.” Dice mamá. Yo me pongo mi gorro y sigo a mamá.
Afuera de la comisaria el frío era más fuerte. Por suerte no
tenemos que caminar mucho para encontrar el hatchback compacto del 92 de mamá.
Ella pone los muebles plegables en la parte de atrás, sube tras el volante y
desbloquea mi puerta manualmente.
“¿Te divertiste allí dentro?”
pregunta mamá cuando subo abordo. No luce enojada y tampoco feliz. “N…no. Lo siento. Lo siento mucho, mamá.” Tartamudeo.
“No estoy molesta, estoy aliviada.”
Gira la llave, encendiendo el motor.
“Cuando me llamaron para
decir que estabas detenida, pensé que perdiste el carnet de venta o… que le
hiciste caso a algún extraño para vender polvo mágico.” No, no perdí
el car… espera… “¿Pero qué rayos?” no
puedo evitar exclamar mientras salíamos del puesto de estacionamiento.
“También fui joven, mi madre
también me crio ella sola. Se que la necesidad económica puede empujarte a los
peores lugares.” Dijo con voz seria mientras conducía a la salida.
Mostró el tiquete de estacionamiento al guardia y este nos abrió la barrera.
Ella mantiene la vista en el camino, guardando silencio por
unos instantes. “Es un alivio que fuese por una
falta menor. Se más cuidadosa para la próxima.” Se gira para sonreírme. La situación es extraña.
Me reviro hacia mi bolso. saco mis cosas de la funda y las
acomodo correctamente dentro. El condenado billete de un dólar americano que me
metió en esto va en la parte de billetes como toda una rareza entre los maygels.
Lo último que acomodo es mi identificación. Allí en la parte
del nombre dice claramente ‘Nathan Philips Oliven’, sigo sintiendo mi pulso
acelerarse al recordar que en la base de datos actual dice “Nadia Philips
Oliven’, pero… ¿Cómo cambió? No he ido al registro civil desde que sacamos esta
identificación hace 6 años.
Mis pensamientos se pausan cuando la música de baladas entra
en el ambiente. Mamá había encendido la radio en esa estación que pasa música
romántica en español, son de sus favoritas. Las escucha a todas horas, incluso
me he aprendido un par de letras. Esta en particular es de una agrupación
llamada ‘Grupo Brindis’
Ella tararea en voz baja la letra de la canción y da
palmaditas al volante con una sonrisa discreta. La he visto hacer las tres
mismas cosas cuando le gana un juego de póker a sus amigas. Ahora la respuesta
es clara.
Al igual que todo esto, ella lo hizo y está alegre que los
cambios se hayan hecho rápido. Aunque alguien saque una identificación con
nueva información, dichos datos tardan meses en subirse al sistema. Esa foto,
era de una de esas sesiones de fotos que ella hizo muy emocionada cuando los
efectos del champú empezaban a notarse y la ropa de chica me combinaba aun
mejor.
Hacerme vestir como una chica y ser ‘Nadia’ es una cosa, cambiar
legalmente mi nombre y foto sin decírmelo es algo drástico. ¿Qué otra cosa
estará dispuesta a cambiar?
Me quedo mirando los autos pasar junto a nosotros en la
autopista. Los autos de la pista rápida son manchas fugaces que apenas puedo
reconocer. Mamá una vez me dijo que así pasan los años, te despistas un momento
y estos se han ido.
No sé por cuanto tiempo mamá quiera seguir con esto, pero
hasta que sea mayor, supongo que tendré que hacerlo. Bueno, esto tampoco es una
tortura ni nada parecido, no quiero sobre reaccionar las cosas. Solo que, su
obsesión con que sea su ‘niña de mamá’ es muy extraña. En fin, supongo que continuaré
con esto hasta que se aburra.
“Que… difícil es… vivir sin ti” digo tímidamente, uniéndome a ella a tararear la
canción. Su sonrisa se hace más grande y sube el volumen de la música. “Reconozco que eres parte ya de mi…” cantamos
juntas mientras el auto avanza de regreso a casa.
Continuará...
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----- Si por allí encuentran
alguna falta de ortografía, por favor, háganmelo saber -----
------------------------------------ GRACIAS POR VER ------------------------------------