sábado, 21 de septiembre de 2024

LA NINIA DE LAS FLORES - PARTE 3



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------ Parte 3 – La Boda -----

-- Escrito por “Gale Kepler” e “Irene Naridza”

Mercedes llevó a las tres niñas hacia una de las habitaciones del recinto donde el resto de mujeres se estaban dando sus retoques finales antes de la boda. Movió la silla de ruedas de Cecilia por todo el trayecto.

Cuando llegaron les indicó a su hija y sobrina que se sentaran frente a los tocadores que estaban desocupados. También retiró un banquito de otro tocador para colocar la silla de Cecilia.

– Bien. ¿Quién quiere brillo labial? – Dijo Mercedes, todas las niñas aceptaron, una de forma más enérgica que otra. Mercedes y otra dama de honor las ayudaron a ponérselo. Para Cecilia y Doménica era algo usual y agradable usar brillo labial, pero para Adelaida era una experiencia totalmente nueva.

La pequeña del vestidito blanco se encontró moviendo sus labios frente al espejo para probar cómo se veían siendo lucidos en diferentes ángulos con el brillo labial puesto. – Se ven geniales, brillantes y delicados. – Pensó para sí misma.

– Bien, ahora una breve capa de maquillaje. –  Las damas de honor tomaron brochas frondosas y las impregnaron con base de acuerdo al tono de piel de cada niña. Todas tenían piel mestiza, pero Cecilia era un poco más clara que las demás.

La base que tenían no afectaba su piel siempre y cuando se aplicase con mesura y fuese retirada en un par de horas. Según el cronograma: ceremonia de bodas, posterior celebración y cena. Tendrían tiempo suficiente para limpiar los rostros de las nenas.

Adelaida pudo ver que las damas de honor tenían todo un cajón lleno de bases de distintos tonos. Vio a su tía tomar una de color marrón y aplicárselo con cuidado a ella y a Doménica.

El resultado final fue bastante satisfactorio. Se veían como muñequitas. – Nos vemos fantásticas. – comentó Cecilia emocionada.

– Están listas nenas, hora de ir al escenario. – Dijo Lizbeth, quien llegó con una cesta grande en la mano. – Adelaida, Doménica, vengan. Esto es lo que harán. – Dijo Mercedes, llamando la atención de las dos niñas de inmediato.

– Adelaida. Tú entrarás primero, cuando suene la música del piano, debes caminar despacio, tomando un poco de pétalos de la cesta y esparciéndolos por el camino por donde pases. – Indicaba Lizbeth.

– ¿Cómo? ¿Debo echarlas hacia los lados o hacia el frente? – preguntó Adelaida. – Hacia los lados, como si marcaras un camino. Al ser la niña de las flores, eres quien hace el camino para cuando pase la pareja. – Explicó Lizbeth.

– Y deben ser puñados pequeños, no grandes o si no te quedarás sin pétalos antes de llegar al altar. – Indicó tomando un pequeño puñado de pétalos de la canasta para dar un ejemplo. los lanzó justo por donde pasó. Adelaida entendió perfectamente su misión.

– Bien, Doménica preciosa. Tú eres la porta anillos. Una vez que la pareja esté en el altar. Sonará otra tonada de piano leve, es cuando tú debes entrar. Caminarás despacio llevando este cojín. – Mercedes puso un cojín blanco que llevaba un par de anillos colocados en unas pequeñas ranuras en la parte superior.

– Una vez llegues al altar, la pareja tomará los anillos, se los colocarán mutuamente. Se jurarán amor eterno y… –, -- Podrá besar a la novia y serán felices para siempre. – Doménica terminó la frase emocionada. – Exactamente, preciosa, exactamente. – Respondió Mercedes sonriendo.

 – Bien, una vez ambas terminen su función, se sentarán en las sillas que están hasta el frente del altar. – Indicó Lizbeth. -- ¿Cómo asientos de lujo? – Preguntó Adelaida. – Claro, es una de las recompensas de un puesto tan importante en una boda, ver de cerca la cúspide del verdadero amor. –

Una música de violín comenzó a sonar, provenía de afuera de la habitación. – Rápido, andando. – Dijo Lizbeth. – Mercedes, tú llévalas a la entrada del camino al altar, yo llevaré a Cecilia al frente. – Indicó mientras comenzaba a mover la silla de ruedas de la pequeña niña.

Mercedes asintió con su cabeza y llevó a las niñas hacia fuera, dirigiéndolas hasta un arco de madera recién armado que estaba cubierto por rosas blancas. Adelaida sintió su corazón acelerarse al escuchar un pequeño murmullo.

No había mucha gente, pero sin duda eran bastantes. – ¿Podría alguno darse cuenta de la verdad?, ¿Darse cuenta de que soy en realidad un chico?, ¿sería alguien capaz de exponerme en un momento así? – Dichos pensamientos no hicieron más que alterarlo.

Mercedes y Doménica notaron esto. – Tranquila, Adelaida, todo saldrá bien. Tú puedes hacerlo. – Dijo su prima para tranquilizarla. – No pongas esa carita, nena. Sonriendo te ves mucho más hermosa, ya verás cuando salgas. Todos quedarán cautivados por la niña de las flores. – Estas palabras lograron tranquilizar a Adelaida lo suficiente para cuando sonó la melodía del piano.

Esa era su señal. Adelaida sabía que hacer, dio un respiro hondo y atravesó el portal de rosas.

En un pequeño recinto de eventos. Se había reunido un puñado de gente, todos iban bien vestidos con sus trajes y vestidos impecables. Unas pequeñas hileras de sillas enmarcan en el centro un camino despejado.

Los delicados adornos blancos omnipresentes en cada rincón le daban al lugar el aspecto adecuado para la ocasión. La música de violines que cautivaba a la pequeña audiencia fue cambiada por una fina melodía de piano.

Por el arco de blancas rosas que marcaba la entrada se asomó una pequeña figura. Una pequeña niña, con un vestidito blanco y cabellos claros caminó despacio, con la delicadeza de una pluma.

A su paso marcaba el camino para la pareja que consumaría su amor en este evento nupcial. Tomaba pequeños puñados de los pétalos rojos, rosas y blancos de su cesta y los esparcía allí por donde caminaba.

Ella era la niña de las flores y se había robado por un momento la atención y los suspiros de la multitud que la seguía con la mirada por todo su recorrido hasta el altar donde ya esperaba una mujer en túnica blanca para declarar por eterna la relación.

La niña en ningún momento dejó que su sonrisa se arrugase lo más mínimo. Una vez terminó su labor, se sentó en un asiento que tenía una rosa blanca como su vestido. Allí esperó y volteó su mirada hacia el portal de rosas blancas. Expectante por la entrada de la pareja, los estelares del maravilloso evento.

-- Lo hiciste perfecto. -- Susurró Cecilia al oído. – Muchas gracias. – Adelaida se sonrojó. Un sonido de trompeta llamó la atención de todos. La trompeta volvió a sonar siendo acompañada de otros instrumentos como tambores y violines. Era la hora de que pase la pareja.

Una mujer vestida completamente de blanco se asomó por el portal de rosas blancas, un joven de elegante terno gris la llevaba del brazo. Mientras caminaban hacia el altar el sonido de múltiples cámaras inmortalizando el momento comenzó a acompañar el ambiente. Había un par de mujeres que ya estaban soltando un par de lágrimas al verlos llegar al altar. Un par de aplausos hicieron más cálido el momento.

Aquel joven que acompañó a la novia, le dio una palmadita en el hombro y una mirada de aprobación, entonces se retiró a un asiento cercano al altar. – Espera. ¿Por qué el novio se va? – Adelaida estaba desconcertada. – Ese no es el novio, tontita. Es quien entrega a la novia. – Explicó Cecilia entre susurros que pudieron ser audibles por su amiga.

La tonada de boda siguió tocando, esta vez con un ritmo diferente, pero similar. Entonces una segunda mujer entró por el arco de rosas, acompañada por la tía Mercedes. Su vestido era blanco como la nieve, las costuras eran tan delicadas que se movían con la mínima corriente de viento presente en el lugar.

Pese al velo, pudo reconocerla, era Lurdes. El murmullo de los presentes fue mayor y los flashes de las cámaras aumentaron. Mercedes la entregó en el altar dándole un abrazo y una cálida mirada de aprobación.

-- Espera. ¿otra novia?, ¿Dónde está el novio? -- Preguntó Adelaida. – Este… verás… -- La niña del vestidito color melón se entrecortaba con sus palabras, como si tuviera un nudo en la garganta – Adelaida. Verás. Mi madre, por muchos años estuvo casada con mi papá, pero en realidad nunca fue feliz. -- Empezó a explicar.

– Un día, mi papá regresó a casa y encontró a mi mamá con otra mujer, se estaban besando. Papá no entendió lo que pasaba y se fue. Hasta ahora no ha querido volver a hablarle. Mi mamá, es diferente. Ella ama diferente a otras mujeres. Ella ama a las mujeres. – La niña parecía triste.

– Por favor, no pienses como los demás, mi mamá no está enferma, ni rota. Ella está bien, solo que ella es así, su corazón siente amor de esa forma, pero a la final. Es amor. –

Adelaida ya había escuchado sobre esto antes de forma breve. Había escuchado a sus padres referirse a ese tipo de gente como ‘los malos’ o los ‘endemoniados’ Por eso siempre pensó que gente que amaba así, eran gente mala. Ahora que estaba allí y veía a esas dos mujeres. Pararse una frente a la otra, sonriendo y con lágrimas de felicidad corriendo por sus mejillas, se le hacía difícil creer que fuesen malas.

– ¿Están mis padres equivocados? – pensó para sí misma. --… ¿al final es amor? – recordó la frase de su amiga. – A la final, si luce como amor, es porque debe serlo. – concluyó Adelaida justo después de que Doménica recorriera todo el camino hasta el altar y entregase los anillos.

Ambas mujeres dieron una sonrisa de alegría mientras se colocaban los anillos mutuamente. Esa mirada, era una que había visto antes, una mirada de ilusión, una de promesa, una mirada que transmitía de todo menos negatividad.

-- Damas y Caballeros. -- Comenzó a hablar la mujer de túnica. -- Estamos aquí reunidos en este día, para celebrar la unión de estas dos féminas en una muestra de amor eterno. Uno que no se fija en rostros si no en los corazones. – La gente escuchaba atentamente.

 -- ¿Lurdes, aceptas a Nadia como tú esposa?, ¿Aceptas amarla, respetarla, apoyarla y serle fiel, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad? -- La tía Lurdes miró a su prometida por un segundo. – Acepto. – Dijo sin dudarlo.

La mujer de túnica asintió con su cabeza y se viró a ver a Nadia. -- ¿Nadia, aceptas a Lurdes como tú esposa?, ¿aceptas amarla, respetarla, apoyarla y serle fiel, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad? --, – Acepto. – Dijo la otra mujer sin la más mínima duda.

– Bien, ahora, si hay alguien presente que considere que este matrimonio no debe llevarse a cabo. Que hable ahora o calle para siempre. – Un absoluto silencio se hizo en todo el lugar. Incluso Adelaida, Cecilia y Doménica cubrieron sus bocas con sus manos para evitar hacer el más mínimo ruido que pudiera ser malinterpretado.

-- Yo me opongo. – La voz de un hombre sonó con fuerza desde la entrada del lugar.

 

Continuará el Martes 22 de Septiembre…
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---- Si encuentran alguna falta de ortografía, por favor, háganmelo saber ----

 


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