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------ Parte 3 –
La Boda -----
-- Escrito por “Gale Kepler” e “Irene Naridza”
Mercedes llevó a las tres niñas hacia una de las
habitaciones del recinto donde el resto de mujeres se estaban dando sus
retoques finales antes de la boda. Movió la silla de ruedas de Cecilia por todo
el trayecto.
Cuando llegaron les indicó a su hija y sobrina que se
sentaran frente a los tocadores que estaban desocupados. También retiró un
banquito de otro tocador para colocar la silla de Cecilia.
– Bien. ¿Quién quiere brillo
labial? – Dijo Mercedes, todas las niñas aceptaron, una de forma más
enérgica que otra. Mercedes y otra dama de honor las ayudaron a ponérselo. Para
Cecilia y Doménica era algo usual y agradable usar brillo labial, pero para
Adelaida era una experiencia totalmente nueva.
La pequeña del vestidito blanco se encontró moviendo sus
labios frente al espejo para probar cómo se veían siendo lucidos en diferentes
ángulos con el brillo labial puesto. – Se ven
geniales, brillantes y delicados. – Pensó para sí misma.
– Bien, ahora una breve capa
de maquillaje. – Las damas de honor tomaron brochas
frondosas y las impregnaron con base de acuerdo al tono de piel de cada niña. Todas
tenían piel mestiza, pero Cecilia era un poco más clara que las demás.
La base que tenían no afectaba su piel siempre y cuando se aplicase
con mesura y fuese retirada en un par de horas. Según el cronograma: ceremonia
de bodas, posterior celebración y cena. Tendrían tiempo suficiente para limpiar
los rostros de las nenas.
Adelaida pudo ver que las damas de honor tenían todo un
cajón lleno de bases de distintos tonos. Vio a su tía tomar una de color marrón
y aplicárselo con cuidado a ella y a Doménica.
El resultado final fue bastante satisfactorio. Se veían como
muñequitas. – Nos vemos fantásticas. – comentó Cecilia emocionada.
– Están listas nenas, hora de
ir al escenario. – Dijo Lizbeth, quien llegó con una cesta grande en
la mano. – Adelaida, Doménica, vengan. Esto es
lo que harán. – Dijo Mercedes, llamando la atención de las dos niñas
de inmediato.
– Adelaida. Tú entrarás
primero, cuando suene la música del piano, debes caminar despacio, tomando un
poco de pétalos de la cesta y esparciéndolos por el camino por donde pases. – Indicaba
Lizbeth.
– ¿Cómo? ¿Debo echarlas hacia
los lados o hacia el frente? – preguntó Adelaida. – Hacia los lados, como si marcaras un camino. Al ser la
niña de las flores, eres quien hace el camino para cuando pase la pareja. – Explicó
Lizbeth.
– Y deben ser puñados
pequeños, no grandes o si no te quedarás sin pétalos antes de llegar al altar.
– Indicó tomando un pequeño puñado de pétalos de la canasta para dar
un ejemplo. los lanzó justo por donde pasó. Adelaida entendió perfectamente su
misión.
– Bien, Doménica preciosa. Tú
eres la porta anillos. Una vez que la pareja esté en el altar. Sonará otra
tonada de piano leve, es cuando tú debes entrar. Caminarás despacio llevando
este cojín. – Mercedes puso un
cojín blanco que llevaba un par de anillos colocados en unas pequeñas ranuras
en la parte superior.
– Una vez llegues al altar,
la pareja tomará los anillos, se los colocarán mutuamente. Se jurarán amor
eterno y… –, -- Podrá besar a la novia y
serán felices para siempre. – Doménica terminó la frase emocionada. – Exactamente, preciosa, exactamente. – Respondió
Mercedes sonriendo.
– Bien, una vez ambas terminen su función, se sentarán en las
sillas que están hasta el frente del altar. – Indicó Lizbeth. -- ¿Cómo asientos de lujo? – Preguntó Adelaida. – Claro, es una de las recompensas de un puesto tan
importante en una boda, ver de cerca la cúspide del verdadero amor. –
Una música de violín comenzó a sonar, provenía de afuera de
la habitación. – Rápido, andando. – Dijo Lizbeth. –
Mercedes, tú llévalas a la entrada del camino al altar, yo llevaré a Cecilia al
frente. – Indicó mientras comenzaba a mover la silla de ruedas de la
pequeña niña.
Mercedes asintió con su cabeza y llevó a las niñas hacia
fuera, dirigiéndolas hasta un arco de madera recién armado que estaba cubierto
por rosas blancas. Adelaida sintió su corazón acelerarse al escuchar un pequeño
murmullo.
No había mucha gente, pero sin duda eran bastantes. – ¿Podría alguno darse cuenta de la verdad?, ¿Darse
cuenta de que soy en realidad un chico?, ¿sería alguien capaz de exponerme en
un momento así? – Dichos pensamientos no hicieron más que alterarlo.
Mercedes y Doménica notaron esto. – Tranquila, Adelaida, todo saldrá bien. Tú puedes hacerlo. – Dijo
su prima para tranquilizarla. – No pongas esa
carita, nena. Sonriendo te ves mucho más hermosa, ya verás cuando salgas. Todos
quedarán cautivados por la niña de las flores. – Estas palabras
lograron tranquilizar a Adelaida lo suficiente para cuando sonó la melodía del
piano.
Esa era su señal. Adelaida sabía que hacer, dio un respiro hondo y atravesó el portal de rosas.
En un pequeño recinto de eventos. Se había reunido un puñado
de gente, todos iban bien vestidos con sus trajes y vestidos impecables. Unas
pequeñas hileras de sillas enmarcan en el centro un camino despejado.
Los delicados adornos blancos omnipresentes en cada rincón
le daban al lugar el aspecto adecuado para la ocasión. La música de violines
que cautivaba a la pequeña audiencia fue cambiada por una fina melodía de
piano.
Por el arco de blancas rosas que marcaba la entrada se asomó
una pequeña figura. Una pequeña niña, con un vestidito blanco y cabellos claros
caminó despacio, con la delicadeza de una pluma.
A su paso marcaba el camino para la pareja que consumaría su
amor en este evento nupcial. Tomaba pequeños puñados de los pétalos rojos,
rosas y blancos de su cesta y los esparcía allí por donde caminaba.
Ella era la niña de las flores y se había robado por un
momento la atención y los suspiros de la multitud que la seguía con la mirada
por todo su recorrido hasta el altar donde ya esperaba una mujer en túnica
blanca para declarar por eterna la relación.
La niña en ningún momento dejó que su sonrisa se arrugase lo
más mínimo. Una vez terminó su labor, se sentó en un asiento que tenía una rosa
blanca como su vestido. Allí esperó y volteó su mirada hacia el portal de rosas
blancas. Expectante por la entrada de la pareja, los estelares del maravilloso
evento.
-- Lo hiciste perfecto. -- Susurró Cecilia al oído.
– Muchas gracias. – Adelaida se sonrojó. Un sonido de trompeta llamó
la atención de todos. La trompeta volvió a sonar siendo acompañada de otros
instrumentos como tambores y violines. Era la hora de que pase la pareja.
Una mujer vestida completamente de blanco se asomó por el
portal de rosas blancas, un joven de elegante terno gris la llevaba del brazo.
Mientras caminaban hacia el altar el sonido de múltiples cámaras inmortalizando
el momento comenzó a acompañar el ambiente. Había un par de mujeres que ya
estaban soltando un par de lágrimas al verlos llegar al altar. Un par de
aplausos hicieron más cálido el momento.
Aquel joven que acompañó a la novia, le dio una palmadita en
el hombro y una mirada de aprobación, entonces se retiró a un asiento cercano
al altar. – Espera. ¿Por qué el novio se va? – Adelaida
estaba desconcertada. – Ese no es el novio, tontita. Es quien entrega a la novia.
– Explicó Cecilia entre susurros que pudieron ser audibles por su
amiga.
La tonada de boda siguió tocando, esta vez con un ritmo
diferente, pero similar. Entonces una segunda mujer entró por el arco de rosas,
acompañada por la tía Mercedes. Su vestido era blanco como la nieve, las
costuras eran tan delicadas que se movían con la mínima corriente de viento
presente en el lugar.
Pese al velo, pudo reconocerla, era Lurdes. El murmullo de
los presentes fue mayor y los flashes de las cámaras aumentaron. Mercedes la
entregó en el altar dándole un abrazo y una cálida mirada de aprobación.
-- Espera. ¿otra novia?,
¿Dónde está el novio? -- Preguntó
Adelaida. – Este… verás… -- La niña del vestidito color melón se
entrecortaba con sus palabras, como si tuviera un nudo en la garganta – Adelaida.
Verás. Mi madre, por muchos años estuvo casada con mi papá, pero en realidad
nunca fue feliz. -- Empezó a explicar.
– Un día, mi papá regresó a casa y encontró a mi mamá con
otra mujer, se estaban besando. Papá no entendió lo que pasaba y se fue. Hasta
ahora no ha querido volver a hablarle. Mi mamá, es diferente. Ella ama
diferente a otras mujeres. Ella ama a las mujeres. – La niña parecía
triste.
– Por favor, no pienses como los demás, mi mamá no está
enferma, ni rota. Ella está bien, solo que ella es así, su corazón siente amor
de esa forma, pero a la final. Es amor. –
Adelaida ya había escuchado sobre esto antes de forma breve.
Había escuchado a sus padres referirse a ese tipo de gente como ‘los malos’ o
los ‘endemoniados’ Por eso siempre pensó que gente que amaba así, eran gente
mala. Ahora que estaba allí y veía a esas dos mujeres. Pararse una frente a la
otra, sonriendo y con lágrimas de felicidad corriendo por sus mejillas, se le
hacía difícil creer que fuesen malas.
– ¿Están mis padres
equivocados? – pensó para sí misma. --…
¿al final es amor? – recordó la
frase de su amiga. – A la final, si luce como
amor, es porque debe serlo. – concluyó
Adelaida justo después de que Doménica recorriera todo el camino hasta el altar
y entregase los anillos.
Ambas mujeres dieron una sonrisa de alegría mientras se colocaban
los anillos mutuamente. Esa mirada, era una que había visto antes, una mirada
de ilusión, una de promesa, una mirada que transmitía de todo menos
negatividad.
-- Damas y Caballeros. -- Comenzó a hablar
la mujer de túnica. -- Estamos aquí reunidos en este día, para celebrar la
unión de estas dos féminas en una muestra de amor eterno. Uno que no se fija en
rostros si no en los corazones. – La gente escuchaba atentamente.
-- ¿Lurdes,
aceptas a Nadia como tú esposa?, ¿Aceptas amarla, respetarla, apoyarla y serle
fiel, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad? -- La tía
Lurdes miró a su prometida por un segundo. – Acepto. – Dijo sin dudarlo.
La mujer de túnica asintió con su cabeza y se viró a ver a
Nadia. -- ¿Nadia, aceptas a Lurdes como tú esposa?, ¿aceptas amarla, respetarla,
apoyarla y serle fiel, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la
enfermedad? --, – Acepto. – Dijo
la otra mujer sin la más mínima duda.
– Bien, ahora, si hay alguien presente que considere que
este matrimonio no debe llevarse a cabo. Que hable ahora o calle para siempre.
– Un absoluto silencio se hizo en todo el lugar. Incluso Adelaida,
Cecilia y Doménica cubrieron sus bocas con sus manos para evitar hacer el más
mínimo ruido que pudiera ser malinterpretado.
-- Yo me opongo. – La voz
de un hombre sonó con fuerza desde la entrada del lugar.
Continuará el Martes 22 de Septiembre…
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