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-- Escrito por “Irene Naridza”
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Mi hermana gemela fue seleccionada para ser miembro de la
junta receptora de voto para estas elecciones. Es un sistema que elije a los
ciudadanos al azar, quienes obligatoriamente tendrían que capacitarse y gastar
TODO su día en atender a los votantes que llegarán a los centros electorales.
Es un sistema injusto. Al estado no le interesa si tenías
algo muy importante que hacer, tienes que ir porque si no, te pondrán una multa;
67,50 dólares. Todo porque el estado no cuenta con el personal municipal para
estos procesos. Aunque usualmente las elecciones no caen en días laborales y
que te dan 20 dólares como compensación, eso puede llegar a no ser suficiente y
queda como una burla junto al valor de la multa que es más del triple.
El problema es que mi hermana se atrasó con el desarrollo de
un proyecto universitario ya que trabajar y estudiar no es cosa sencilla. Mucho
menos si las distancias entre tu casa, tu trabajo y tu universidad son de 2
horas cada una.
Allí fue cuando ella vino a mí. “Por favor, súpleme o no podré terminar el proyecto a tiempo.” Fue lo que me dijo entre lágrimas. “No puedo suplirte, fuiste elegida para la mesa femenina.” Le respondí sin dejar de prestarle atención a mi libro de la facultad y darle un sorbo a mi café.
“Somos gemelos, puedo maquillarte
y vestirte para que te veas como yo.” Recuerdo haber escupido mi café
tan estrepitosamente que mi pared quedó manchada, por suerte a mi libro solo le
cayeron un par de gotas.
“¡Estás loca!, Eso es
suplantación de identidad, delito penado por la ley con una multa y hasta 26
años de prisión” No hace mucho
que habíamos explorado ese tema en clase de leyes. Ella no lo sabe, vamos a la
misma universidad, pero no a la misma carrera.
“¡SI NO TERMINO YA EL
PROYECTO, VOY A RECURSAR!” dijo
entre lágrimas, con su voz ya desafinada. Fue así como terminé aceptando. Aún
no me gradúo de abogado y ya estoy cometiendo fraudes. Tengo futuro como uno de
los candidatos que están en las papeletas.
Este sábado nos quedamos en casa de su amiga, que vive muy
cerca de la escuela pública donde es nuestro recinto electoral. Allí ella me
dio el vídeo que había grabado de las capacitaciones. Si no vas a las
capacitaciones, hay multa de 45 dólares. No es muy complicado, pero pretender
que te lo aprendas con una sola capacitación es un poco descarado.
Esa misma noche, Viviana y Manuela se la pasaron colocándome
las extensiones de cabello y echándole botellas con cosas raras. “Es para que se
vea natural.” Dijo Manuela, trabaja a medio tiempo como
peluquera.
“Todavía tengo que ir a votar
yo también. ¿Cómo haremos esto?” En
Ecuador, te dan un certificado de votación al sufragar. Tiene tu foto, tu
nombre, número de cédula y un par de datos sencillos. Oh y lo más importante;
es un documento muy exigido para varios procesos burocráticos.
Castigar a los ciudadanos que no votan con una multa y la
privación al acceso a ciertos trámites es algo muy bajo, pero así son las leyes
de este país. “La escuela está literalmente a la vuelta de la esquina. Te vestiremos y
arreglaremos tu cabello. Te pondrás ropa holgada por encima. Irás y volverás
corriendo para que te maquillemos.” Explicó Manuela después de
peinar las extensiones. Son de color negro, lacio y caen hasta debajo de mis
hombros. Todavía no me parecía a ella.
Viviana y yo somos de la misma estatura, pero no tenemos la
misma figura. Ellas arreglaron eso poniéndome un arnés extraño. Era silicona
cubierta de látex con varillas. Me dijeron que me lo pusiera como si fuera un calzón.
Desde allí mi amigo de abajo se sentía ajustado, pero cuando ajustaron unas
correas, todo se hizo muy apretado.
“Genial, ya tienes mis
caderas.” Dijo mi hermana. “No se ve nada
mal.” dijo Manuela con una risita. Tenía un diseño femenino en esa zona.
Recuerdo que les pregunté la razón de ello cuando mi cara aún estaba roja. “Estarás allí desde las 7:30 AM hasta las 9:00 PM,
seguramente te den ganas de orinar.” Explicó
mi hermana al darme unos jeans.
“Está bien, pero ¿Ese diseño de
vulva era necesario?” fue lo que
pregunté cuando sentía un ardor allí abajo. “POR SUPUESTO.” Respondieron
ambas mientras sacaban otro artilugio. Era un torso con figuras de senos hecho
de los mismos materiales que el primer arnés.
Me lo colocaron entre las dos y cuando lograron ajustar las
correas en la espalda, tenía senos y me costaba respirar. Me sentí muy extraño
al verme al espejo, parecía una mujer, una desnuda. El frío de la noche que se
filtraba por la ventana me hizo tiritar. Los arneses no retenían el calor, eran
totalmente fríos.
Viviana y Manuela no parecían perturbadas, me miraban de
reojo, examinando el resultado. “ESTÁ BIEN.”
Dijeron ambas. Luego siguió la ropa; unos leggins no muy ajustados en las piernas,
pero casi insoportable en la entrepierna. Luego siguió un sujetador blanco y
una camiseta a cuadros. No les tomó mucho examinarme antes de dar su visto
bueno, a mí también me gustaba el resultado si obviaba el hecho de que a quien
veía era a mi mismo.
Luego siguió ropa holgada por encima. Como tengo que votar,
no podía ir ya disfrazado como mi hermana, pero debíamos ahorrar tiempo en la
colocación de los arneses. Comprobamos que no se veía extraño, para pesar de mi
hermana.
“No se notan los pechos.” Dijo confundida. “A
ti tampoco cuando usas ropa holgada, tienes pechos pequeños.” Fue lo que dije antes de que Manuela me diera un
coscorrón.
Por último, me dieron un caramelo de miel extraño, me hizo
sentir cosquillas en mi garganta. “Pedí estos
por internet. Son de Maglavir.” Dijo
Viviana. “¿Ese país que está al norte?” me cubrí la boca con las dos manos de inmediato.
Ese caramelo había agudizado mi voz, todavía no sonaba muy femenina,
pero había cambiado. “LOS RUMORES ERAN CIERTOS.
ESTOS CARAMELOS AGUDIZAN LA VOZ.” Dijo dando un brinco, Manuela
también estaba sorprendida. “Vamos, di algo más.” Pidió sacudiendo mis
hombros. “Deja de sacudirme.” Respondí algo mareado, estaban maravilladas.
Entonces nos fuimos a descansar, no sin antes tomar otro
caramelo. Fue difícil dormir con el dolor y la presión en mi entrepierna. Antes
de cerrar los ojos, solo podía repetirme a mi mismo que todo esto lo hacía por
amor a mi querida hermana.
Me despertaron a las 6:00 AM, para ese punto ya no sentía
nada allí abajo. La vejiga me avisó que tenía que orinar. Me quedé estático, de
pie frente al inodoro sin saber como proseguir con esta forma. Luego llego
Manuela y me sentó de un empujón. “Tienes que sentarte. Luego limpiarte con papel higiénico.
Hazlo bien para evitar malos olores.” Explicó antes de salir.
Orinar sentado con este arnés ha sido lo más extraño e incómodo
que hecho en mi vida. Mientras me limpiaba parecía que fuese una segunda piel. “Esto te será
útil.” Una vez fuera del baño, Manuela me dio unos pañitos húmedos con aroma a
limón los cuales puse en el bolso.
Salí con una sudadera y un calentador sobre los leggins y la
camisa a cuadros de mi hermana. Mi cabello largo estaba peinado hacia atrás y
oculto gracias a la capucha de la sudadera.
Sentí un sudor frío al pasar frente a los militares que
cuidaban en lugar. Sentía todas las miradas en mí, miraba por el rabillo de mis
ojos solo para asegurar que no era así. Al llegar a la junta 4, es decir, el
aula donde tenía que votar, mis nervios aumentaron.
El secretario que recibía la cédula me miró de reojo por un
momento. Yo no podía decir nada o todo se arruinaría. Por suerte solo asintió y
los otros sujetos me dieron la papeleta de candidatos presidenciales y la de
asambleístas. Marqué las casillas dando mi voto por Luisa González y su partido
para luego colocarlas en las respectivas urnas.
Firmé en la asistencia y me devolvieron mi cédula. Volví a
paso rápido. Casi me infarto cuando un sujeto me bloqueó el paso, pensé que me habían
descubierto. Pero solo era uno de esos molestos emplasticadores. “¿LE
EMPLASTICO EL CARNET?” Dijo mirándome a los ojos, negué con la
cabeza e intenté avanzar. “LE EMPLASTICO, OIGA” Volvió a bloquearme el
paso, esta vez parándome con su brazo, su mano casi tocando los senos falsos.
Como tenía prisa y como ofrecer tus servicios con acoso es
muy idiota, aparté al sujeto dándole un empujón con todas mis fuerzas. “GROSERO.” Fue
lo que dijo mientras me alejaba. Los militares no hicieron nada, incluso ellos
saben lo molestos que pueden ser esta gente.
Ni bien llegué y mi hermana me dio otro caramelo de miel y
me arrastró hasta una silla para que junto a Manuela empezaran a maquillarme.
Base, muchas sombras, delineador y labial fue lo que colocaron por aquí y por
allá en todo mi rostro. Fue así por lo que pareció una eternidad, pero según
Manuela solo fueron 15 minutos.
“Perfecto. SE VE IDÉNTICO A TI.” Dijo Manuela, Viviana también lucía muy emocionada. Al verme en el espejo no pude evitar dejar mi mandíbula caer. Era como ver una copia de mi hermana junto a ella, solo que con ropa diferente.
No tuve más tiempo para asombrarme pues mi hermana me apuró. “Son las 7:25, date prisa o me multarán.” Dijo mientras me daba su bolso. “Aquí está mi cédula, también tendrás que votar por mí. Ya lo sabes, por Luisa González.” Explicó mientras me quitaba la ropa holgada, dejando ver la ropa de chica y el cabello largo.
“Recuerda, debes de darle la
copia de mi cédula al encargado de las votaciones para que te pague.” Dijo
mientras introducía la hoja en el bolso. “Podrás
quedarte con el dinero, por supuesto.” Agregó. No sé porque piden la copia. ¿No es
suficiente tu presencia, tu firma y tu desempeño frente a sus ojos para
pagarte? Pasan los años y la burocracia sigue presente sin señales
desaparecer.
Manuela me dio una sudadera blanca con una frase romántica
bordada en el centro. “Esta es un poco más ajustada… por si te da frío.” Dijo
mientras me la ponía. Se me notan más los senos, parecen naturales.
“Vamos, di algo.” ordenó mi hermana. “Espero
que esto funcione.” La voz que salió
fue la de una chica. No podía creerlo, sigo sin poder creerlo. Manuela y
Viviana saltaron y chocaron los cinco. Lo habían logrado, me habían convertido
en el doble de mi hermana.
Casi temblando, fui junto a Manuela al recinto electoral.
Ella solo tenía que votar y volver, pero yo tenía que quedarme como secretaria
de la mesa receptora. El frío de la mañana solo me hacía sentir expuesto, las
miradas más leves he hacían temblar. Lo único que me hacía sentir seguro era la
mano de Manuela sujetando la mía.
Cruzamos la puerta sin llamar la atención de los militares,
al llegar a la junta femenina número cinco, mostré la copia de la notificación
del llamado a ser miembro de la junta receptora del voto con el rango de
secretaria. Una de las chicas suspiró aliviada. “LLEGAS TARDE, ¡HE TENIDO QUE HACER
TU TRABAJO!” dijo otra, un tanto molesta.
Yo me senté de inmediato sin decir una sola palabra. Mi mesa
era la primera junto a la entrada. Mi labor; recibir las cedulas de las
votantes, comprobar que estuvieran registradas para votar, que todos sus datos coincidieran,
hacer que firmaran la asistencia y darles sus documentos una vez votasen.
La chica a mi lado era la ‘presidenta de mesa’, era quien
firmaba y entregaba los carnets de certificado de votación, son un poco más
pequeños que una tarjeta y de un material parecido al papel. Incluso si mi
hermana hubiera tenido ese rango, no hubiera sido un problema. Tengo buena
caligrafía y habilidad para dibujar, imitar la firma de mi hermana no me es
difícil.
El segundo vocal es aquel que entrega las papeletas e indica
donde hay que colocarlas y el tercer vocal es un miembro extra quien ayuda a
los demás en caso de ser necesario. Fue ella la chica molesta conmigo cuando
llegué. Se que esto es molesto, pero a la final es su trabajo.
La primera que atendí fue Manuela. Busqué su nombre en el padrón
electoral y lo encontré. “Aquí está.” Dije, sentí un alivio al escuchar que la voz
femenina se mantenía. La segunda vocal le dio las papeletas para votar, “La urna blanca es para la papeleta presidencial, la
marrón para los asambleístas.” No le tomó mucho sufragar y colocar
las papeletas en las urnas. Una vez volvió le di su certificado junto a su
cédula. “Mucha suerte, Viviana.” Dijo con una sonrisa.
Ni bien se fue, llegó otra mujer mayor, la rutina fue la
misma; retener su cédula, buscar su nombre en el padrón, hacer que firme la asistencia
una vez votaba y devolverle su cédula junto a su certificado de votación. Y así
con las demás, una y otra vez. A los que no podían firmar, tenía que ayudarlos
poniendo tinta en su pulgar para que marcaran donde iría la firma.
Mis nervios fueron desapareciendo según transcurría el día,
las mujeres llegaban a votar y yo las atendía. Rostros, nombres, números de
cédula y firmas fue lo que vi por horas. Las otras chicas a mi lado hablan
entre ellas y no me prestan mucha atención.
Eso es un alivio, nadie notaba nada raro. Olvídate de la burla social, las consecuencias legales por suplantación arruinarían mis oportunidades de ser abogado.
Ahora estoy en mi descanso. Tengo 30 minutos, lo primero que
hice fue sufragar por mi hermana, a ella le tocó en otra junta. Allí la mujer
ni siquiera levantó la vista para comprobar que me pareciera a la chica de la cédula,
estaba muy atenta en su celular.
Revisé mi celular porque me había llegado un mensaje, mi
hermana incluso me dio su carcasa de oso panda. “Manuela
te llevará algo para que almuerces.” Decía
el mensaje de Viviana. Me senté en una de las mesas de la cafetería. Crucé las
piernas, ya que es la única forma de estar cómodo con el arnés.
Por fortuna esto está siendo más sencillo de lo que imaginé.
Mi única preocupación ahora es que gane la mejor candidata; Luisa Gonzales. Si
gana Daniel Noboa, el presidente que ya ha demostrado ser nefasto; invadiendo
la embajada mexicana, gestionando pésimo las hidroeléctricas resultando en
apagones de hasta 14 horas diarias y siendo totalmente indolente con las
muertes y violencia contra mujeres y niños. Sí se reelige este país estará
condenado.
Pero creo que es muy pronto para pensar en eso. Por la
cantidad de candidatos; 16, y porque solo son dos las fuerzas políticas más
importantes, casi nunca se decide un presidente en una sola vuelta electoral.
Lo más seguro es que todo termine en la segunda vuelta de abril.
Si esto fue un error, ya no importa, no hay vuelta atrás. Mi
hermana no puede venir por terminar ese condenado proyecto. La multa por
desertar en medio de las elecciones va de casi 5 mil hasta 9 mil dólares.
¡9 MIL JODIDOS DÓLARES!, en un país donde el maldito salario
básico mensual es de 460 dólares. Es un abuso en toda regla, pero no es nada
nuevo, al estado le gusta aprovecharse del ciudadano de a pie.
Lo bueno es que Viviana ya estará disponible para atender
ella misma la mesa receptora en abril. Pero, quien sabe, a lo mejor pasa algo y
tengo que volver a ser el doble de mi querida hermana.
FIN
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----- Si por allí encuentran alguna falta de ortografía, por favor, háganmelo saber -----
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GRACIAS POR VER ------------------------------------
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