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Escrita por: “Irene Naridza”
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Miro por la ventana del bus mientras avanzamos
entre los vecindarios que tienen casas grandes y arboles frondosos en las
aceras. Es otro sábado más frío de lo usual. Los cuales estoy aprovechando para
hacer un pequeño emprendimiento; vender chocolate caliente con pan.
Estoy cerca a mi parada. Me pongo de pie y me
acerco a la salida, la cual está en la parte de atrás. Aplasto el botón rojo
para indicarle al chofer que voy a bajarme. El bus frena con fuerza, por lo que
tengo que aferrarme con fuerza a la barra donde está el botón. “Gracias.” Digo
mientras desciendo a la acera. Entro al parque mientras el bus continúa su
recorrido.
Es complicado. Por un lado, es bochornoso
hacerme pasar por Nadia o al menos lo era. Podría decirse que me acostumbré a
la rutina y ahora no es tan malo. La ropa no es mi estilo para nada, pero es cómoda.
Llego hasta un costado del sendero del parque. Aquí es donde
despliego la mesita y la silla. Coloco el termo, los vasos desechables y los
panes sobre la mesa y cuelgo el cartel. ‘Chocolate Caliente y Pan a 30 maygels’
(75 centavos de dólar)
Traigo 15 panes de maíz para igualar al termo, suele cargar
hasta 15 vasos de chocolate caliente. La semana pasada saqué 450 maygels por
todo.
Necesito obtener un poco de dinero para
comprar los últimos números de la historieta de Super Bolívar. En la biblioteca
del colegio sí la tenían, pero solo unos cuantos números. Me he quedado con la
intriga de saber cómo acabará todo. Ya quiero ver como Bolívar consigue su
final feliz después de liberar a Ecuador del yugo español.
Llevo haciendo esto ya 3 sábados seguidos. Mamá me dio la
idea, pero quería que lo hiciera en la acera frente a la casa. ¿Está loca? Conozco
como es la gente y no quiero que nadie que no sea ella o sus amigas sepan de
esto. Mamá siempre me ha dicho que debo ser inteligente, protegerme a ella y a mí
mismo. Esta es una forma.
Veo pasar un par de personas, pero ninguna de ellas siquiera
se revira a verme. A esta hora de la mañana no siempre logro vender algo, son
las 8:00 AM. Pero la temperatura es algo baja. No tanto como en el norte, donde
cae nieve. Pero sí hace mucho frío.
Estoy usando una chaqueta acolchada gris que tiene un bordado
de osito en el frente, un gorro de invierno, una falda de mezclilla, mallas
negras y tenis grises con líneas rozadas. Mamá insistió en que intentara usar
las mallas y falda en lugar del calentador negro.
Al hacerlo se puso contenta e incluso nos tomamos una foto
juntas. Desde la primera vez que me vistió de niña siempre me toma un par de
fotos que luego coloca en un álbum de recuerdos. Esa es otra razón por la que
ya no me resisto tanto a ser ‘Nadia’, es lindo verla feliz. Tampoco es tan
malo, si estoy lejos de idiotas, claro.
“Dame un chocolate caliente, niña.” Dice
un hombre con chaqueta blanca que está atento a un periódico. Lleno un vaso
desechable blanco con el termo y tomo un pan de maíz con una servilleta. Los
dejo al otro lado de la mesita, justo frente a él.
“Aquí tienes.” Dice antes de buscar en
su bolsillo y poner 30 maygels en monedas en mi mano. Toma un gran sorbo del
chocolate caliente y suspira. “Qué delicia.” Pone al periódico bajo su hombro
y se aleja dándole un bocado al pan.
No puedo dejar de pensar en la noticia de la primera plana;
‘EMPEORA SITUACIÓN DE PETROLEROS.’ Hace una semana 4 petroleros nacionales se
accidentaron y regaron crudo por las playas de estados unidos.
Recuerdo bien que estaba saliendo de clases de ballet.
Charlaba con Olga y Jane cuando por la radio de Madame Melody un boletín
interrumpió la programación de música suave. Ella se llevó las manos a la boca.
El causante fue un conjunto de negligencias, entre los que
estaba la vejez de los barcos o que no habían cumplido con la fecha de
desembarco. Por suerte, no pasó a mayores. Resultó que los americanos tienen
buenos protocolos para limpiar el petróleo. Ya todo está bajo control.
Los problemas volvieron cuando se buscó sancionar a los
culpables y el gobierno Maglavita fue señalado. El estado es el que se encarga
de la exportación de petróleo y fueron ellos los que ignoraron ciertos
detallitos para economizar.
USA quería que Maglavir pague por la limpieza del petróleo y
forzarlo a mejorar el estado de los barcos para continuar con los negocios. El
presidente, un sujeto que no recuerdo el nombre, debía dar una respuesta al
presidente americano por teléfono. A juzgar por el periódico, supongo que dijo
que no. Ya veo por qué mamá lo llama inútil con suerte.
Deslizo la correa de mi hombro para acercarme mi bolso y guardar
el dinero. Es rectangular, un poco pequeño y su color negro ya palidece. Hay
una sección ideal para monedas. Mamá dijo que lo usaba cuando tenía mi edad y
que no podía esperar para pasárselo a su ‘hija’. En efecto, me lo regaló a mí. Sin
embargo, es práctico: puedo llevar mi teléfono, billetera, ganancias y aún
queda espacio disponible para un par de cosas pequeñas.
Aunque aún hay poca gente, los clientes están garantizados. La
cafetería más cercana está a varias cuadras y es un lugar costoso. Mi chocolate
caliente es bastante simple. Leche entera, cocoa y azúcar. El pan es de maíz, parecido
a un bollo, pero no tan inflado y tiene un poco de queso por dentro. Es lo que
suelo comer por desayuno.
“Buenos días, señorita.
¿Puedo ver tu permiso para vender?” una
voz grave me saca de mis pensamientos. Me reviro a mi derecha. De pie,
mirándome fijamente hay un oficial de policía. “Ho…
hola oficial.” La forma como está
muy quieto asusta.
“Sí… sí señor.” Digo mientras busco en mi bolso y encuentro dicho
carnet. Se lo extiendo al oficial, quien se mueve rígidamente para tomarlo. “¿Tú eres Rebeca Phillips?” podría jugar que hubo sarcasmo en su voz seca. Es
una pregunta absurda, obvio la adulta de la foto no soy yo.
“Ella es mi madre. Yo soy…
soy Nadia Phillips.” Es la segunda vez que me presento a un extraño con ese
nombre y sigo sintiendo un nudo en la garganta. “La ley dice que… no hay problemas en compartir un
permiso entre familiares directos.” Mantengo mi voz baja. El oficial
me mira con suspicacia por varios segundos donde el silencio acompañaba a mi
respiración.
“Estará bien por esta vez.”
Dice mientras me devuelve el carnet. “Pero la
próxima; usa uno propio, uno juvenil. No es difícil sacarlos.” No cambia
el tono de su voz.
“Ya que estoy aquí. Dame uno.” Por su tono, suena más como una orden que como
una petición. De la nada, me encuentro sirviéndole el chocolate y el pan de
inmediato. “Que tengas buen día, jovencita.” Dice al dejar unos billetes para después alejarse.
Una vez lo veo subir a la patrulla e irse puedo soltar un gran suspiro. “Eso fue aterrador.”
Digo sin importar que alguien me oiga.
Hace varios años se comenzó a requerir permiso de venta
debido a la saturación de vendedores ambulantes. Si te descubren vendiendo algo
que no esté descrito en el carnet, hay multa. Si estás fuera de los horarios,
hay multa. Si estás en una zona de ‘no comerciantes’, hay multa. Si no tienes
carnet, hay cárcel. Afortunadamente, estoy en el lugar, momento y con el
material correcto.
Mamá renovó el que usaba en la universidad para que yo lo
usara, también vendía chocolate caliente con pan. Me aconsejó este lugar porque
suele haber gente adinerada. Al girar mi cabeza puedo ver las casas de hasta
tres pisos con autos grandes estacionados en las amplias cocheras.
Mamá dijo que en su época esto era una zona de lotes vacíos,
pastizales y maleza. Las pocas casas eran de solo un piso. Vivía gente de clase
media baja, gente brillante sin un empleo o sueldos brillantes. Con la crisis
de los años 90, muchos emigraron hacia Estados Unidos.
Muchos no llegaron ni a la costa. Muchos terminaron como
indigentes en Los Ángeles, otros con trabajos simples o mal pagados. Solo un
selecto grupo logró conseguir un trabajo con un sueldo bien pagado en jugosos
dólares.
Ellos enviaron remesas a sus familiares que se habían
quedado en Maglavir. Lo que allá podían ahorrar en un mes, era el equivalente a
un sueldo básico de acá. Así fue como lograron mejorar sus vidas; mejoraron casas,
construyeron casas, compraron terrenos y otros lujos.
Cuando pasó la crisis, la gente de clase alta comenzó a
comprar las propiedades y mejorarlas aún más. Ahora es este tranquilo y
pintoresco suburbio.
“Hola. Dame tres, por favor.” Dice un
sujeto que salió de la nada. Es americano, puedo deducirlo por su acento, porque
es muy alto y porque está en camisa y pantalón corto en esta mañana tan fría.
No es raro verlos en esta zona, algunos son los que ayudaron a los que migraron
a conseguir la toda poderosa nacionalidad americana.
Le sirvo lo que me pide y él saca un solo billete de una
billetera grande. Un momento… este es extraño. Tiene solo un dígito, es color
beige con verde y… Oh DIOS MIO “¿Esto es un
dólar?” NO PUEDO CREERLO. “Sí, ¿está bien?” lo dice
como si estuviera sorprendido de mi reacción.
“Disculpa, es impresionante, pero…” La última vez que vi algo sobre la comparación de
monedas fue en clases de sociedades hace años. En ese entonces 1 dólar
equivalía a 15 maygels. Ya no vale eso, nuestra moneda se devaluó. Sin embargo…
“Puedo ir a pedirle maygels a mi primo. Vive aquí cerca.” Dice el
americano, mantiene su sonrisa, pero luce un poco apenado. “No, todo está bien. Gracias por su compra.” Meto el dólar en mi bolso rápidamente. El asiente
y se retira acomodando los panes sobre los vasos.
Si el maygel se devaluó, es malo, muy malo… si solo ahorras
en esa moneda. Si tienes dólares, puede sacarle provecho a esa depreciación. El
maestro de sociedades explicó que muchos americanos vienen de vacaciones a las
playas de aquí porque sus dólares rinden más.
Siento mis labios abrirse en una sonrisa mientras veo de
nuevo el billete. Tiene un sujeto con peluca en un lado, por el listón debajo
puedo deducir que se llama Washington. Podría jurar que en clase nos enseñaron
que eso es un lugar. Al otro lado hay una pirámide y un águila. La palabra
“uno” está por todos lados.
Nuestros billetes tienen la textura de una cartulina delgada
y lisa, además que huelen ligeramente a plástico. El billete de dólar es más
duro, con textura fibrosa en la parte de los dibujos y grabados. No distingo a
que huele, pero huele mejor.
2 HORAS DESPUÉS — CASA DE EMPEÑO
“¿¡Cómo que solo 30 maygels!?” exclamo en voz alta, eso fue casi un grito el
cual por fortuna sonó muy femenino. “El banco central emite diferentes precios en una
sola semana. El dólar puede fluctuar de 30 hasta 50 maygels.” Explica
el encargado de la casa de empeño con bastante serenidad. Ya me hiso sentir mal
por gritar.
Se pone a teclear en la computadora del mostrador con
bastante velocidad, las teclas suenan como las pesadas gotas de una tormenta
sobre el techo de un auto viejo. Asiente con la cabeza, debe haber encontrado
algo, pues gira la robusta pantalla hacia mí.
“En este momento un dólar está a 40 maygels, pero cobramos
una comisión por cada cambio.” El brillo de la pantalla es muy alto, tengo
que entrecerrar mis ojos un poco. “Si tienes más de esos billetes, puedo cobrar una
comisión más baja.” Aclara mientras gira el monitor de vuelta a su
dirección.
Me lleva la… “Está bien.” Me giro para buscar las ganancias en mi bolso. El
americano volvió poco después y seguí cobrándole un dólar por tres pedidos de
chocolate y pan. Así hasta que se terminó. El último vaso me lo tomé de camino
aquí. Tanto por el frío como por la sensación de que hice un buen negocio. Ahora
las leves e inexactas multiplicaciones en mi mente me dicen que esto no
terminará nada bien.
Saco otros 2 billetes de un dólar y los pongo en el
mostrador. Voy a quedarme solo con uno. “Por esto puedo cobrarte una
comisión de 5 maygels por cada uno.” Dice mientras los pone bajo
una luz celeste por un momento y luego la apaga. “Patricia, lleva esto a la caja
fuerte.” Le indica a una mujer que tenía mucho maquillaje.
Él teclea en la caja registradora, generando una factura. Me
la extiende junto a 105 maygels. “Gracias,
señor.” Digo al guardarlos y
salir de la tienda. Afuera el frío sopla suavemente por la acera y los árboles.
Por un momento pareciera que suena como una risa. Mientras camino hasta la
parada de bus, me pongo a contar cuánto dinero logré ganar. Mis esperanzas se
hunden al notar los pocos billetes, son solo 185.
“¡ME LLEVA LA QUE ME TRAJO!” pateo con fuerza una lata del suelo. Mi poca
habilidad en futbol hace que salga disparada muy lejos hasta caer en el
parabrisas de un auto. Los colores azul y blanco son inconfundibles. OH, NO. “¡ES ESE MISMO SUJETO ATERRADOR!” no sé porque
dije eso en voz alta, pero sí sé que tengo que seguir corriendo e ignorar sus comandos
que me ordenan detenerme.
Continuará...
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------ Si por allí encuentran alguna falta de ortografía, por favor, háganmelo saber ------
------------------------------------ GRACIAS POR VER ------------------------------------
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